Joder, vaya historias para no dormir. Yo hace muuuuuchos años que no viajo en servicio público; es más, ya casi no bajo a Madrid más que por obligación, se vive mucho más tranquilo a las afueras de la gran urbe. Pero de joven sí que me pasaron cosas.

Recuerdo una vez en el metro que iba prácticamente vacío, yo agarradito a una barra con mis 15 ó 16 años, y se me acerca una muchacha de color de unos 30 años y me echa mano al aparato. A mi me da un corte de la leche y me retiro, pero me sigue buscando el bulto y lo encuentra. Me pongo rojo como un tomate y lo único que se me ocurrió es bajarme en la siguiente estación y escurrir el bulto, más avergonzado imposible.

En otra ocasión el vagón iba tan lleno que era imposible moverse, estábamos a presión, y me quedé pegado de frente a una chica muy maja. Nos mirábamos, sonreíamos, pero no podíamos despegarnos, estábamos como una lapa. Al final yo creo que nos gustó a los dos y todo, pero por corte ni nos pedimos el teléfono, ja, ja...

Y por último, esta vez en un autobús, un viejecito de unos 70 años me empezó a rozar el paquete (¡que obsesión con mi paquete!) con su mano que llevaba una garrota o un paraguas, no recuerdo. Por educación no le di una hostia y me fui al otro lado del autobús. Pues el muy maricón de abuelo me siguió y lo volvió a intentar, momento en que se me hincharon y le metí un pisotón de esos que todavía le debe estar doliendo al muy hijoputa, le cogí por el cuello y le dije algo así como: "si me vuelves a tocar te estrangulo, cabrón". La gente del autobús mosqueada pero nadie dijo ni pío, y el pollo se fue a otro lado y se olvidó de mi para el resto del viaje.

En fin, anécdotas que pasan, y más en una ciudad como Madrid, donde hay de todo y no siempre bueno. Paciencia Pichu, espero que no te vuelvas a encontrar con el impresentable ese, porque quizá ese día no tenga tanta suerte y tú te busques un buen lío por hacer justicia, aunque lo que se merecería es una hostia del 7 largo...